EL GRAN NICO
Yo conocí a Nicolás hace unos 6 años, cuando comencé a ir a un proyecto solidario llamado “Alegría y esperanza” que se desarrollaba en el Cerro San Cristóbal. En ese entonces yo tenía 15 años y él, tan solo un año menos.
En aquél tiempo, nos reuníamos con varios de nuestros amigos, los sábados en la mañana, para poder ir al cerro y compartir con sus habitantes (niños, jóvenes y adultos) un momento de compañía, juegos, catequesis y reflexión.
Este
voluntariado no era nada fácil. Exigía despertarse temprano, sacrificar el
tiempo de nuestros sábados, caminar por las muy empinadas pistas y escaleras
del lugar, y esforzarnos por salir de nosotros mismos, para poner todas
nuestras habilidades al servicio de aquellas personas a las que estábamos visitando.
Y
con esto último, en cuanto a el hacer sacrificios y poner todas las habilidades
al servicio de los demás, había un voluntario en particular que lo vivía muy
fuertemente. Y ese, era Nicolás.
Él
sufría de una enfermedad que afectaba principalmente sus funciones motoras, de
tal forma de que no podía mover las extremidades de forma fluida, y lo hacía
más como si fuera un robot. Caminaba con regular dificultad, lo que hacía que
por momentos necesitara de alguien más para que lo ayudara a caminar sin caer,
y le costaba, también, hablar de forma fluida.
Sucede
que Nicolás tenía los suficientes motivos para no ir a ese voluntariado, y sin
embargo, nunca faltaba. Era simplemente como si ignorase todo lo que cualquier
persona dentro del común llamaría limitaciones. A él no le importaba si ese día
tocaba estar solo a los pies del cerro o subir hasta al menos la mitad, y
tampoco si tocaba caminar de casa en casa para hacer visitas o ir a la casa establecida
y quedarse ahí para la catequesis y el juego con los niños.
Claramente,
cada momento del proyecto significaban para él un gran desafío y un gran riesgo,
y a pesar de ello, nunca dejaba de hacerlo. Y a todo esto, hay que sumarle el
hecho de que lo hacía siempre con una sonrisa en el rostro y con el mejor de
los ánimos. No recuerdo ningún momento en el que lo haya visto triste o desanimado.
Tal vez preocupado, pensando en la situación y los problemas de sus amigos del
cerro, pero sin nunca dejar de lado su mirada optimista y la buena onda.
Para
todos los voluntarios del proyecto, Nicolás fue amigo y ejemplo inigualable.
Creo que muchas de las cosas que aprendimos en este servicio, las aprendimos de
él, pues con su ejemplo día a día nos demostraba que debíamos buscar
esforzarnos al máximo para lograr lo que queremos, y de igual modo, esforzarnos
para ayudar a quien lo necesite. Nos demostró que hay que valorar lo que tenemos
y que debemos aprender a ser felices con ello.
Lamentablemente,
el 19 de febrero del 2016 nuestro amigo dejó de estar físicamente con nosotros,
pero se quedó para siempre en nuestros corazones.
Salvador Padilla C.
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